viernes, 20 de septiembre de 2013

¿Qué te cuentas? (o el arte de conversar)



Llega la noche. En la tranquilidad de nuestra casa, nos relajamos. Después de la cena, un rato de charla, con una taza de té en la mano, una luz suave y una pregunta en el aire: “¿qué te cuentas?”

Creo que responder a este interrogante encierra todo un universo. Si lo pones en práctica, como un ejercicio cualquiera, abre muchas puertas. Contar para que la otra persona te conozca, contar para compartir ilusiones, contar para explorar tu interior, contar para conectarte con el otro, contar para construir realidades futuras…

Cuenta el dicho que quien canta su mal espanta. Podríamos añadir que quien habla en voz alta (tanto si alguien nos escucha como si es un soliloquio) está dando nombre a sus miedos, cuitas, inquietudes, ilusiones, proyectos…

Mi abuela vivía en un pueblecito al lado del mar Mediterráneo. El pueblo tiene pocos habitantes y menos casas. Sin embargo, ella tardaba mucho tiempo en cruzar de un lado a otro. Si se encontraba con una vecina que tenía prisa un “hola” o un “adiós” era suficiente para que cada una siguiera su camino. Si había ansia de comunicarse, ganas de charlar, la pregunta de rigor era “¿qué te cuentas?” Este rito era como tirar del hilo de un ovillo. Una podía empezar a hablar sobre lo que pensaba plantar en el huerto, compartir una receta para un nuevo guiso, confesar un secreto de alcoba y despedirse con una disertación sobre el mejor clima y la luna más propicia para cortar leña.

Esta forma de “contar” tiene sus pautas y requisitos:

Primero: Contamos por el gusto de hacerlo. Nunca forzados ni para contentar a la otra persona.

Segundo: Contamos desde el corazón, el alma, los intestinos… o cualquier otro órgano diferente a la cabeza. Dejamos que la mente, mientras, descanse tranquila. Las palabras podrán salir como un chorro o a goteo… dejemos que ellas decidan.

Tercero: Contamos sin juzgar ni comparar. De una forma descriptiva, enunciativa, un hecho tras otro, según el orden en el que libremente aparezcan.

Cuarto: Si hemos cumplido el punto anterior, el sentimiento (siempre lo hay) vendrá por añadidura, no hace falta buscarlo, ni provocarlo, ni regodearnos en él.

Quinto: Este método funciona por si mismo. No es necesario (ni deseable) que la otra persona nos diga lo que tenemos o debemos hacer o dejar de hacer con referencia al tema expuesto. Sí se agradece cualquier muestra de interés (en forma de preguntas, comentarios, susurros, silencios, caricias, abrazos, etc.) de parte del otro interlocutor. Además de reconfortarnos o animarnos, también nos sirve para descubrir más sobre nosotras mismas y nuestro relato.

Sexto: Lo que contamos puede ser cierto o no. Con lo contado podemos dar forma verbal a nuestras dudas interiores (incluso con nombres y apellidos), nombramos a nuestros monstruos (que se pueden llamar separación, muerte, miedo, no tener trabajo, angustia, soledad…), nos damos a conocer (dime de qué hablas y cómo lo haces y ya sabremos mucho de ti) y …

Séptimo: … hacemos Magia. Nos convertimos en hechiceros que conjuran verbalmente un mundo por venir. Cuando mi abuela explicaba a la vecina lo que había sembrado en su huerto, también le contaba cómo crecerían las plantas, que frutos darían, las compotas que ella elaboraría y los platos que cocinaría. Construye tu futuro a través de tus palabras (no te olvides de sembrar las semillas, sin acción no hay fruto).

Ahora me viene a la mente una expresión de algunos pueblos de España. Antiguamente, cuando dos personas se gustaban y empezaban a cortejarse (antes de ser pareja formal) se decía que “se hablan”.

Y es que cuando una persona, un pueblo, una sociedad habla se define a si misma. 




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