martes, 5 de enero de 2016

Cuenta lo que llevas dentro.

Hace un año me quedé sin voz. No podía hablar. Intentaba emitir alguna palabra y mi garganta me lo impedía, las cuerdas vocales no respondían. Para una persona que utiliza la voz como instrumento básico para su trabajo (tanto en los talleres como en las sesiones de cuentos) esta situación es difícil y complicada.

Al principio, me lo tomé con calma. Recurrí a los remedios de siempre: agua con miel y limón, descanso (dormir es básico), hidratarme, fuera lácteos y otros alimentos que me producen mucosidad, cataplasmas de arcilla…

Nada. Lo que en los primeros momentos parecía leve fue en aumento. Acudí al médico. Me recetó lo de siempre.  Dijo que no veía nada más que una inflamación en la garganta pero que no era vírica. Hice lo que me dijo sin ningún resultado. Volví a su consulta. Me dijo: “No hables. Descansa la voz"

Descansé. No hablé. Aunque hubiera querido no podía, no salía ni un solo sonido. Me inquieté, me enfadé, me puse nerviosa, pensé en lo peor…  Nada resultó.  Decidí enfrentarme a la situación.

¿Por qué no tenía voz? ¿Qué había sucedido? No era una enfermedad: el médico me había tranquilizado y lo había descartado por completo. Tampoco era un mal uso de mis cuerdas vocales: tengo una buena base técnica y mi respiración es la adecuada. Sin embargo, mi garganta estaba inflamada y mis cuerdas vocales no podían trabajar. ¿Qué se lo impedía?

Pasé unos días en silencio exterior, sin intentar decir ni una palabra. Por dentro, el diálogo seguía. Y llegó la respuesta.

Unos días antes de navidad, viví una situación que me impactó emocionalmente. Fue un comentario inesperado, dentro de una conversación banal, pero que me abrió los ojos en relación a una persona cercana. El momento fue tan intenso que, tras sus palabras, hubo un silencio suspendido en el tiempo. Intenso y violento. Como si algo se hubiera caído sin romperse, dejando ver lo que había en su interior. Enseguida, la otra persona reaccionó y  desvió la conversación por otros derroteros. Yo callé.

Pasaron varios días y no dije nada. Volví del viaje y, en mi hogar, tampoco comenté nada. Acabaron las fiestas y me quedé sin voz.

Cuando identifiqué mi bloqueo emocional lo conté como pude (un poco con palabras, muchos gestos y algo de escritura). Y fui mejorando. A los pocos días ya estaba hablando normalmente.

Estos días me llega una invitación de Miguel Guzmán para participar en su artículo corporativo. Siempre es una alegría que cuenten conmigo, mucho más un profesional con la trayectoria y la generosidad de Miguel Guzmán. Esta convocatoria el artículo es sobre la mejor película de desarrollo personal. Tengo muchas, la verdad. Pero como tenía que decidirme por una, y estamos en las fechas que estamos, esta es la mía: The Help, de Tate Taylor (traducida en España por “Criadas y Señoras”, los matices que se pierden en la traducción del título).

Por si alguien no la ha visto, la película transcurre en los años 60 en Mississipi.  Una joven blanca que quiere ser escritora. Y empieza a entrevistar a las mujeres negras que han ejercido como sirvientes en casas de blancos durante toda su vida.

La película nos habla de su día a día, de la discriminación racial, de la violencia doméstica, del aparentar, del vacío entre parejas, de las clases sociales, de la amistad, del amor…  Pero, como indica el título original, también es una llamada de auxilio, de ayuda.

Por encima de todos esos temas, de esas historias cruzadas, nos habla de lo importante que es contar tu historia. Hasta que las mujeres protagonistas no deciden narrar lo que ocurre, explicar sus experiencias, en voz alta, sin tapujos (aunque sea desde el anonimato, por la época y las leyes raciales del momento) no avanzan como seres humanos, como individuos  y como grupo racial.

Al final, uno de los personajes conductores acaba con estas frases: “Nunca nadie me había preguntado qué sentía siendo yo. Cuando conté la verdad sobre ello, me sentí libre”.

Cuenta quién eres, cómo te sientes, qué piensas, qué has vivido y qué anhelas. Tanto da que sea con letras, dibujando, con barro, bailando o con tus propias palabras. No lo guardes, ni te lo quedes dentro. Habla, exprésalo. Algunos queremos saberlo. 




2 comentarios:

Laura Virumbrales dijo...

Decía Miles Davis que "a veces uno puede tardar mucho tiempo en sonar como uno mismo". Qué importante sonar como uno mismo. Qué importante revelar nuestra verdadera voz. Yo también tengo una garganta con unas cuerdas vocales que cada cierto tiempo me gritan en silencio: que no se te olvide nunca, por nada ni por nadie, sonar como tú suenas.
La próxima cita cuentera te cuento el cuento de Eco ;)

Margalida Albertí dijo...

Somos como los cuentos, que necesitan ser contados una y otra vez para llegar a ser ellos mismos.
Espero con ganas tu cuento de Eco.